La técnica de la pasividad

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No hacer nada, fluir, dejar que las cosas caigan por su propio peso, permitir que la corriente del río te lleve donde ella quiera y que, si ella (o él) quiere algo conmigo, que me lo haga saber de alguna manera. Éstas podrían ser algunas de las características de la pasividad como técnica de seducción.

Entro en un bar o discoteca, me sitúo en la barra, no en la pista (porque los súpermachos no bailan, sólo se acodan en la barra) y comienzo a “fichar”, es decir, oteo el horizonte buscando alguna presa potencial que pueda caer en mis garras. Eso sí, no hago nada, me limito a intentar atraerlas (aunque el texto esté redactado desde el punto de vista masculino, cambiándole el género mantiene su validez) con mi mirada hipnótica y magnética, así, a lo femme fatale, diva e inalcanzable (adjetivos tan válidos para un género como para el otro), enviando el mensaje implícito “si quieres algo, ven tú, porque yo no voy a mover un dedo, muñeca”.

Comentarios y críticas a la estrategia, desde el cariño y el respeto, por supuesto: la pasividad no la suele emplear como táctica el George Clooney de turno, sino todo lo contrario, lo cual resulta, cuanto menos, paradójico. En el caso del Clooney, le basta con respirar, no necesita mirada magnética.

Pero claro, cuando se trata de las antípodas del Clooney (donde nos situamos la gran mayoría de los seres humanos), la técnica de la pasividad suele tener como resultado la frase “creí que nunca se iba a lanzar” frase que, por supuesto, el individuo que emplea esta técnica jamás escucha, sino que lo hacen las amigas (o amigos) al día siguiente de la noche de autos.

¿La técnica de la pasividad es válida? Por supuesto que sí, tanto como cualquier otra. Eso sí, antes de ponerla en práctica, contemplaos en el espejo con objetividad y, si con vuestra mejor mirada no seríais capaces de convencer a un mandril de que no fume, mejor cambiad la estrategia.

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