Las relaciones con los padres y con los suegros
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¿Qué costumbres de la familia de origen se han de conservar y cuáles se han de cambiar?
¿Qué consejos se pueden aceptar de la madre y de la suegra? ¿Cuánto tiempo se ha de dedicar a los padres?
En la actualidad, en España e Italia, los jóvenes prolongan más que en el pasado el tiempo de permanencia en casa de los padres. Esto implica, por un lado, que los jóvenes tienen una mayor autonomía de vida frente a las dinámicas de la pareja, y en el campo afectivo y sexual, desde la adolescencia. Por otra parte, sin embargo, esta situación se convierte en una especie de suspensión de las obligaciones sociales, las responsabilidades de la vida adulta y la gestión de la vida cotidiana.
El vínculo que se crea con la familia carnal es posiblemente aún más fuerte que antes y, en cierto sentido, puede ser predominante incluso cuando se dé el paso de vivir con la propia pareja. La tendencia a mantener las costumbres de la familia y el deseo de no romper los estrechos lazos que nos unen con ella pueden desencadenar tensiones en alguno de los dos miembros de la pareja.
Con frecuencia hemos comprobado que la mujer es la que tiene mayores dificultades para ello. Al comienzo de la convivencia con la nueva pareja, se esfuerza en aplicarse en el gobierno de la casa, tarea que hasta aquel momento había asumido sólo de forma parcial en su familia y, por ello, se originan situaciones ridiculas y frustrantes como las siguientes:
• la suegra, deseosa de continuar dando lo mejor a su hijo, le aconseja continuamente, y a veces pasa a criticarla, sin dejar el espacio adecuado de autonomía en una casa que no es suya;
• la pareja le interpela con frases como «Mi madre me preparaba siempre la comida cociéndola durante horas a fuego lento», o «no soporto que los calzoncillos cambien de color después de cada lavado».
Aprender a llevar una casa, sin desatender las exigencias de ambos, no es fácil, pero es necesario que, desde el comienzo, la pareja se disponga a hacerlo autónomamente, sin dejar de reconocer y expresar el afecto hacia los padres. Sólo una emancipación individual plena puede gratificar realmente a los padres, que disfrutarán al ver a sus hijos completamente autónomos y eficientes. El afecto «sano» no está hecho de posesión, sino de realización autónoma. La libertad del individuo y, en consecuencia, la felicidad de la pareja ha de prevalecer sobre la pertenencia a la familia.
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