"El placer del sexo" es dado" al matrimonio como un don especial para reforzar su unión".

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Nunca deberíamos caer en la trampa de quienes intentan presentar la visión cristiana de la sexualidad como algo en sí mismo malo, pero que «los papeles» o «la bendición del sacerdote» logran artificialmente legitimar.

En la sexualidad humana no cabe sino una valoración muy positiva: es uno de los mayores dones que Dios ha otorgado al varón y a la mujer. Y todo ese valor es el que le atribuye también la Iglesia, que ya desde San Pablo calificaba al matrimonio como un gran sacramento.

Así pues, las sexofobias opuestas al sano sentido común, no encuentran lugar en la doctrina cristiana. Según el escritor Tomás Melendo, hay quienes piensan erróneamente que la religión católica es la exaltación del espíritu y la negación del cuerpo: “Aun cuando algún autor haya podido dar pie a este malentendido, es menester gritar a los cuatro vientos que justo la cristiana es la única religión que proclama la resurrección de la carne”, afirma el autor.

Para mantenerse en su ser, la sexualidad requiere de un adecuado contexto: el del amor definitivo de un varón y una mujer que se entregan de por vida haciendo oficial e indisoluble ese compromiso.

Lo que la ley natural rechaza

Lo que la ley natural rechaza, y con ella la doctrina cristiana, es el uso desviado del cuerpo, el dominio de la carne sobre la entera persona, el abuso de lo que en sí mismo es bueno y óptimo.

Según Melendo, es evidente que Dios, que ha dado al hombre esa capacidad de unión fecunda y jugosa, no puede mirarla con recelo: “No es un padre que, tras comprar la moto a su hijo, se arrepiente porque no había previsto los peligros que lleva consigo; al contrario, aspira a que extraiga de ella todo su rendimiento”.

Para el autor, la sexualidad en su hábitat natural resulta maravillosa, pero si se la sitúa fuera del amor real y definitivo entre un varón y una mujer es decir, si se la saca del matrimonio, que es su lugar nativo pierde todo su valor y en vez de medio de crecimiento personal se transforma en instrumento de destrucción e infelicidad, de demolición y desdicha muy hondos, justamente porque, en las condiciones convenientes, su valor positivo es también enorme.

En su libro “Mejorar día a día el Matrimonio”, Melendo cita las siguientes palabras de Veronese: «La experiencia que nos aportan las parejas que han comprendido la importancia de "vivir el amor" nos confirma que, cuando la pareja se ama, el acto sexual en la vida de matrimonio invade, intensificando su sentido, toda la vida afectiva de la persona y de la pareja, refuerza su vínculo, la ayuda a superar las crisis y con ello a abrirse en la renovación. Se puede afirmar que en el placer de vivir, que experimentamos a través de nuestro cuerpo, el placer del sexo "es dado" al matrimonio como un don especial para

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